Inicio / EL ROSTRO DELATA
En la comunicación política o de gobierno, cada palabra cuenta, pero cada “gesto” puede contar aún más. La expresión facial es un lenguaje silencioso que acompaña —o contradice— el discurso verbal. Es así como “el rostro” se convierte en un campo de batalla emocional donde se libran las tensiones entre lo que se dice y lo que se siente.
Las emociones están ligadas al discurso. Sin embargo, mientras los asesores políticos trabajan los mensajes verbales, “el rostro” se resiste a ser domesticado en su totalidad. Son la frente, las cejas y los ojos donde las respuestas musculares se activan sin control alguno, incluso cuando el resto del cuerpo ha sido entrenado para mantener la compostura.
En estos casos, para un político o gobernante, la expresión facial no solo delata su estado emocional, sino también su credibilidad. Las microexpresiones faciales, que a veces duran una fracción de segundo, pueden revelar contradicciones entre lo que se dice y lo que verdaderamente se piensa o siente. Para una audiencia vigilante, esos destellos de autenticidad pueden significar la diferencia entre una figura persuasiva y una figura dudosa.
El control emocional del “rostro” está determinado por una arquitectura cerebral, donde el hemisferio derecho —que procesa emociones negativas— domina el lado izquierdo del “rostro”, más espontáneo; mientras que el hemisferio izquierdo, racional y verbal, regula el lado derecho, mostrándolo más apto para el disimulo y la respuesta estratégica.
Los analistas, asesores o consultores políticos que entienden este tipo de señales las usan como instrumento para interpretar las respuestas emocionales. Es así como las asimetrías faciales, los movimientos discordantes o los gestos fuera de sincronía pueden ser señales de tensión, incomodidad o, en algunos casos, de ocultamiento. Lo que es claro es que estos signos deben interpretarse siempre en contexto. Por ejemplo, no existe un gesto inequívoco de mentira, sino una red de indicios que debe ser analizada con rigor y cautela.
Es más, en una entrevista, la dinámica entre entrevistador y entrevistado, algunas veces, se convierte en un escenario tenso, donde cada pregunta puede ser una trampa y cada reacción, un síntoma. Las preguntas inesperadas o comprometedoras tienen mayor probabilidad de activar reacciones involuntarias: cejas que se arquean, miradas que se desvían, parpadeos acelerados o pequeños gestos de automanipulación, como tocarse la cara o rascarse el cuello.
Los políticos o gobernantes que entienden el poder del “rostro” deben entrenarse no solo en oratoria, sino también en regular sus emociones. No se trata de eliminar la emoción, sino de modularla. Este entrenamiento no busca construir máscaras, sino reforzar la coherencia. En un ecosistema mediático donde cada minisegundo de video puede viralizarse, el autocontrol emocional es una inversión en reputación.
Como conclusión, podemos afirmar que “el rostro” es un indicador de confianza. Controlarlo no implica falsedad, pero no hacerlo puede implicar vulnerabilidad. En un entorno donde la autenticidad es un valor político, la expresión facial no es solo un reflejo del alma, sino una herramienta de poder.
Consultor en Marketing Político
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