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En política, anunciar una candidatura a un cargo de elección popular antes de estar preparado no es un acto de audacia: es un error. Y no un error menor, sino un desacierto estratégico que cuesta credibilidad y —muy a menudo— la elección misma.
Contrario a lo que muchos creen, una campaña electoral no arranca con una rueda de prensa ni con el primer video en redes. Comienza mucho antes, silenciosamente, con planeación estratégica, con organización, con datos sólidos y con control de cada variable crítica.
Una candidatura es una afirmación pública de que el líder está en condiciones de ofrecer respuestas. Por eso, la única justificación válida para decir “soy candidato” es que se ha hecho la tarea completa.
Haber hecho la tarea implica algo muy concreto: que la estrategia de campaña y la estructura mínima ya están activas. Hay un gerente de campaña, un encuestador serio, un responsable de prensa, un director financiero. El presupuesto no es un deseo: está asegurado o comprometido. Sin eso, no hay campaña, hay ficción.
Estar listo significa también contar con una encuesta base confiable, técnicamente bien realizada, que permita leer el terreno con precisión. Decidir con intuiciones es navegar sin brújula. El líder responsable parte de datos. A esto se suma el análisis estratégico del oponente: conocer su historial, sus debilidades y sus narrativas dominantes. La ingenuidad, en política, es un lujo imperdonable.
Tener un discurso de campaña estructurado, un manual de crisis con preguntas y respuestas clave y una hoja de ruta detallada para cada etapa del proceso electoral no es opcional. Es esencial. Como lo es definir al votante objetivo: saber quién es, cómo piensa, qué lo moviliza y por qué vota.
Y quizás lo más importante: tener respaldo. Ninguna candidatura se sostiene en el vacío. Un liderazgo sin base política ni apoyo social es solo una aventura personal. Y la política, recordémoslo, no premia las aventuras solitarias: las castiga.
En escenarios de ansiedad electoral, el mito de que “hay que lanzarse para posicionarse” sigue haciendo daño. No se posiciona quien se precipita: se posiciona quien construye con método. Las campañas que ganan no corren detrás de la agenda: la imponen.
Anunciarse sin estar preparado no solo es riesgoso: es contraproducente. Desordena, debilita, desinfla. Y muchas veces deja heridas irreversibles.
Por eso, decir “soy candidato” no debe reflejar ansiedad, debe ser el resultado lógico de una madura preparación. Solo cuando hay estrategia, estructura, equipo, recursos y control, esa declaración cobra sentido. Todo lo demás es ruido. Y en política, el ruido se paga con derrota.
Consultor en Marketing Político
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