Inicio / 18 MESES… ¿Y?
Hace dieciocho meses, Alejandro Eder llegó a la Alcaldía de la ciudad con la promesa de “Revivir a Cali”. Hoy, cuando restan menos de 30 meses para cumplir su mandato, la ciudad, con sus heridas aún abiertas, constata que la promesa, lejos de materializarse, se diluye entre improvisaciones, vacilaciones y un liderazgo distante y superficial.
Eder no heredó una ciudad fácil. Las administraciones anteriores dejaron fracturas profundas: inseguridad desbordada, malla vial destruida, déficit social y un obsoleto aparato administrativo atrapado por la politiquería. Sin embargo, ese diagnóstico era ampliamente conocido, siendo también claro que ningún alcalde inicia de cero. Gobernar implica no solo cumplir lo prometido, sino también sostener, reparar y superar lo heredado. En ese desafío, Eder ha fallado.
Las mediciones de opinión lo revelan: la aprobación ciudadana, que comenzó robusta, se desploma progresivamente. La percepción de deterioro de la ciudad es generalizada. Aunque algunos indicadores de violencia presentan leves mejoras, la sensación de inseguridad persiste. Mientras se parchean baches, no hay una sola gran obra vial en ejecución que muestre una transformación urbana visible. Las misiones internacionales se acumulan sin que produzcan resultados concretos, y la comunicación oficial —lejos de ser un canal de diálogo— se ha vuelto un monólogo autocomplaciente, ajeno a las necesidades reales.
El talón de Aquiles del mandatario es, sin duda, la falta de arraigo. Eder, formado fuera del país —y ahora rodeado de asesores foráneos, muchos sin conocimiento ni vínculo con Cali—, difícilmente puede interpretar y dirigir la complejidad social y territorial de la capital del Valle. Esta desconexión se refleja en decisiones que pecan de cosméticas y populistas, que chocan con la legalidad, exponiendo una peligrosa tentación de atajos, como la condonación masiva de tributos.
La inestabilidad del gabinete, la volatilidad de los anuncios y la facilidad con la que el mandatario recula ante cualquier presión reflejan la
ausencia de un gobierno serio. Al no haber una estrategia clara, para administrar, no se visibilizan las prioridades, y su visión de ciudad no va más allá del eslogan. En este contexto, la gobernabilidad se erosiona, no tanto por la crítica externa, sino por su fragilidad interna.
Pero lo que preocupa no es que el alcalde se equivoque, sino la ausencia de rectificación. En lugar de replantear el rumbo, se persiste en una retórica triunfalista que choca con la crudeza de lo no resuelto. La ciudad necesita decisiones acertadas, que se traduzcan en ejecuciones verificables y tangibles.
Eder gobierna una ciudad que, en su mayoría, no lo eligió. Esto supone una legitimidad frágil y exige un esfuerzo doble: gobernar para todos, no para una minoría. Hoy, la ciudad —al borde de la impaciencia— reclama soluciones que no dan espera: seguridad, empleo, movilidad digna, espacios públicos confiables, infraestructura vial básica y una respuesta integral al riesgo de lluvias y desastres.
Quedan menos de 30 meses para demostrar que no se está al frente de un gobierno ornamental ni de un desfile de anuncios sin sentido. Tiene, el alcalde, una pequeña oportunidad para resolver lo que a la ciudad le duele y transformar lo que parece imposible.
Si no lo hace, su gestión terminará como la de otro político con promesas incumplidas, que la calle, tarde o temprano, se encarga de cobrar.
Especialista en Marketing Estratégico
Cali - Colombia
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